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A MI MAESTRO
Una vieja tumba oculta a los pies de una colina desierta,
cubierta de una espesa mata de malas hierbas que crecen libremente año tras año;
no queda nadie para ocuparse de ella,
y solo algún leñador pasa de vez en cuando por su lado.
En el pasado yo fui su alumno, un joven de pelo largo,
que aprendió profundamente de él junto al Río Estrecho.
Una mañana comencé mi solitaria travesía
y los años pasaron en silencio entre nosotros.
Ahora he vuelto para encontrarle descansando aquí;
¿cómo puedo honrar su difunto espíritu?
Derramo un cazo de agua pura sobre su lápida
y ofrezco una oración silenciosa.
El sol desaparece de pronto tras la colina
y me envuelve el rugido del viento en los pinos.
Intento escaparme, pero no puedo;
un torrente de lágrimas empapa mis mangas.
Ryokan (1758-1831)
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MI VIEJO CUENCO DE MADERA
Este tesoro fue descubierto en un bosque de bambúes.
Lavé el cuenco en un torrente y lo arreglé.
Tras la meditación de la mañana, tomo mis gachas en él;
por la noche, me ofrece sopa o arroz.
Gastado, deteriorado, deformado y doblado
¡Pero todavía de noble origen!
Ryokan (1758-1831)
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LAS ESTACIONES DEL AÑO
PRIMAVERA
Con un cuerpo viejo e inútil,
he visto muchas generaciones de flores en esta ermita ajena y solitaria.
Cuando llegue la primavera, si todavía estoy vivo,
de seguro vendré a veros de nuevo…
Esperad el sonido de mi cayado.
Ryokan
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VERANO
Después de caminar un tiempo llego al cobertizo;
el Sol se pone detrás de las montañas de occidente.
Hojas de sauce cubren el pequeño jardín;
el estanque está frío y los lotos han desaparecido.
Mis peros y nogales llenos de frutos sombrean el camino.
A lo largo de la cerca de bambú,
los grillos chirrían incesantes.
El verano cambia su cara lentamente.
Ryokan
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OTOÑO
Los pájaros se pierden en las montañas lejanas,
las hojas caen sin cesar en el silencio del jardín.
Soplan las brisas solitarias del otoño.
Hay un viejo monje de túnica negra; estoy de pie, solo.
Ryokan
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INVIERNO
Mezclada con el viento,
cae la nieve;
mezclado con la nieve,
el viento sopla.
En el hogar
estiro las piernas,
perdiendo el tiempo
confinado en esta cabaña.
Contando los días,
descubro que febrero, también,
llegó y partió
como un sueño.
Ryokan
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Crepúsculo… Se levanta el humo desde la aldea,
un ganso de invierno grazna en el cielo,
el viento sopla por los pinares.
Solo, con el cuenco de arroz vacío,
tomo el camino de regreso.
Ryokan
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En una ruinosa cabaña de tres habitaciones
me he vuelto viejo y cansado;
Este frío invernal es el
peor que he soportado nunca.
Sorbo mis pobres gachas, esperando que
pase la gélida noche.
¿Podré aguantar hasta que llegue la primavera?
Incapaz de mendigar un poco de arroz,
¿cómo sobreviviré a los escalofríos?
Ni siquiera la meditación me sirve ya;
no me queda nada más que escribir poemas
en memoria de los amigos fallecidos.
Ryokan (1758-1831)
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EL PASO DE LOS AÑOS
Caminando por el estrecho sendero del pie de la montaña.
Llego a un viejo cementerio con muchas lápidas,
nogales y pinos milenarios.
La tarde termina con un viento que aúlla.
Sobre las lápidas los nombres se han borrado
y ni sus parientes los recuerdan ya.
Conmovido hasta las lágrimas, incapaz de hablar,
tomo mi bastón y regreso a casa.
Ryokan
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Enfermo.
Solo, acostado, enfermo.
Hoy nadie ha venido a verme. Mi bolso, mi cuenco, mi bastón de cedro negro han sido abandonados al polvo.
En mi ensueño deambulo a través de la montaña salvaje.
Mi alma vuelve otra vez a pasearse por el poblado; como antes, los niños me esperan en el camino.
Sin embargo apenas intento comprender estos cabellos blancos, estos labios resecos que claman desde una sed infinita, el reflejo de mi rostro gris que no veo en el espejo.
El frío y el calor se alternan súbitamente. El pulso es irregular. Vagamente escucho el murmullo de los campesinos.
¿A quién le importa si vivo o muero?
En la cima de la montaña las hierbas han ocultado los tres senderos.
Agitado, escucho talar los árboles al otro lado del torrente.
Inmóvil, observo cómo se diluye esta clara mañana.
Los pájaros de la montaña pasan cantando.
Parece que quisieran consolar mi soledad.
Ryokan (1758-1831)
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¿Qué quedará de mí?
El cerezo en primavera,
el cuclillo en las montañas,
las hojas de arce en otoño.
Ryokan (1758-1831)
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Me siento en silencio a escuchar las hojas que caen…
Una cabaña solitaria, una vida de renunciación.
Se esfuma el pasado y olvido las cosas.
La manga de mi túnica, humedecida por las lágrimas.
Ryokan
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SUEÑO LIGERO…
Sueño ligero, el azote de la vejez:
Dormitar, sueños en la tarde, despertar de nuevo.
Vacila el fuego en la chimenea; toda la noche
una lluvia constante baña el platanero.
Esta es la época en que quisiera compartir mis emociones…
Pero estoy solo.
Ryokan
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En mi juventud abandoné los estudios
y ambicioné ser un santo.
Viviendo de forma austera como un monje mendicante,
vagabundeé aquí y allá durante muchas primaveras.
Por fin regresé a casa para establecerme bajo una cumbre escarpada.
Ahora vivo en paz en una cabaña,
escuchando la música de los pájaros.
Las nubes son mis mejores vecinos.
Abajo, un torrente de aguas cristalinas donde refresco el cuerpo y la mente;
Arriba, imponentes pinos y robles que me proveen de sombra y de leña.
Libre, tan libre, día tras día.
¡No quiero partir nunca de aquí!
Ryokan (1758-1831)
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Sí, es verdad, soy un zopenco
viviendo entre árboles y plantas.
Por favor, no me preguntéis sobre ilusiones e iluminación.
Este viejo sólo busca sonreírse a sí mismo.
Cruzando los torrentes con mis piernas descarnadas,
y portando mi zurrón en el buen tiempo de la primavera.
Ésa es mi vida,
y el mundo no me debe nada.
Ryokan (1758-1831)
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El regreso a mi pueblo natal después de muchos años de ausencia:
enfermo, me hospedo en una posada y escucho la lluvia caer.
Una muda, un cuenco es todo lo que poseo.
Enciendo el incienso y me siento a meditar;
durante la noche una constante llovizna tras la oscura ventana.
En el interior, recuerdos intensos de estos largos años de peregrinaje.
Ryokan (1758-1831)
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LA VIDA ES…
La vida es como una gota de rocío,
vacía y fugaz;
se han terminado mis años
y ahora, frágil y tembloroso,
debo desvanecerme.
Ryokan
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Veo a las gentes en el mundo
desperdiciar sus vidas por la codicia,
sin poder nunca satisfacer sus deseos,
cayendo en una desesperación cada vez más profunda
y torturándose a sí mismos.
Incluso si obtienen lo que desean
¿cuánto tiempo serán capaces de disfrutarlo?
Por un solo momento de placer celestial
sufren diez tormentos infernales,
atándose con más firmeza una losa a sus cuerpos.
Gente así son como monos
tratando de alcanzar frenéticamente la luna en el agua
para acabar precipitándose en un torbellino.
Cómo sufren estos seres atrapados en el fluir del mundo.
A pesar de todo, no puedo evitar inquietarme durante toda la noche
ni dejar de verter mis lágrimas por ellos.
Ryokan (1758-1831)
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NATURALEZA
AGUA
Avanzo siguiendo el curso del agua, buscando su fuente.
Llego allí donde el manantial parece comenzar.
Desconcertado, comprendo que no se alcanza jamás la fuente verdadera.
Apoyado en mi bastón, por todos lados escucho los ruidos del agua.
Ryokan (1758-1831)
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LUNA
El viento sopla en mi pequeña ermita,
no hay nada en la habitación.
Afuera, un millar de cedros;
en la pared, varios poemas escritos.
Ahora la tetera está cubierta de polvo,
y no se levanta humo de la marmita del arroz.
¿Quién golpea a mi puerta iluminada por la luna?
Sólo un viejo de la Aldea Oriental.
Ryokan
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Sentado en meditación, envuelto en mi robe de monje, ombligo y nariz permanecen correctamente alineados, las orejas y los hombros siguen un mismo eje.
La ventana es blanca, la luna acaba de salir; la lluvia ha cesado, alguna gota cae todavía…
En este preciso instante, mi sentimiento es extraordinario, vasto, inmenso, sólo por mí conocido.
Ryokan
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NOCHE DE VERANO
Tarde en la noche se oye el tenue sonido del arroz en molienda.
Gotas de rocío caen del bambú a la pila de leña,
mientras que las plantas del jardín están húmedas también.
A lo lejos, las ranas croan. Pero parecen cercanas.
Las luciérnagas se prenden bajo, luego alto.
Completamente despierto, lejos del sueño,
aliso la almohada, dejo vagar los pensamientos.
Ryokan
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¿Cómo sería posible dormir
en esta noche de luna llena?
Venid, amigos míos,
cantemos y bailemos
durante toda la noche.
Ryokan
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GUERRA DE HIERBAS
Una vez más, los niños y yo jugamos a la guerra con hierbas de primavera.
Avanzando, retrocediendo, cada vez con más refinamiento.
El crepúsculo… Todos regresan a casa;
la luna, brillante y redonda, me ayuda a soportarla soledad.
Ryokan
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Primavera… Tarde en la noche doy un paseo.
Rastros de nieve persisten sobre pinos y cedros.
La luna radiante adorna las montañas.
Pienso en ti, a tantos ríos y montañas de aquí;
innumerables pensamientos, pero el pincel no se mueve.
Ryokan
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Larga noche de invierno, larga noche de invierno, noche de invierno interminable:
¿Cuándo será de día?
La lámpara sin luz, el hogar sin fuego.
Solo, inmóvil, contemplo la luna;
Escucho la lluvia.
Ryokan (1758-1831)
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Cierro los ojos, mil montañas en el crepúsculo.
Me vacío de los diez mil pensamientos del mundo de los hombres.
Solo, silencioso, me siento de cara a la ventana vacía.
El incienso se consume durante la larga noche negra.
Sobre mi delgada ropa de monje, se acumula el rocío, blanco, denso.
La luna sube por el pico más alto.
Ryokan (1758-1831)
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La brisa es fresca,
la luna es clara.
Amanezcamos bailando juntos
en lo que queda de la vejez.
Ryokan
También conocido como Daigu Ryōkan fue un monje budista Zen, calígrafo y poeta que vivió en Niigata (Japón) del 1758 al 1831.
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